Al conmemorar el bicentenario del nacimiento de Mariana Grajales es justo recordar también el relevante papel que, desde los tiempos en que comenzó a gestarse la nacionalidad cubana, la mujer ha desempeñado en nuestro país. En la época de la resistencia indígena, se conoció de la aborigen, junto con sus hombres, enfrentando con arcos, flechas y coraje al arcabuz del conquistador.
Incluso, en la aparente docilidad de las que quedaron en las encomiendas, obligadas a amancebarse con el colonizador, se trasmitió la ancestral rebeldía de su etnia a los vástagos, muchos visual y jurídicamente blancos como hijos de españoles, pero con innegables genes arahuacos en sus venas, intransigentes ante la prepotencia como luego demostraron aquellos protocriollos en la insubordinación contra Suárez de Poego y en el rescate por los bayameses del obispo secuestrado.
Del África vinieron miles de muchachas, arrancadas en plena adolescencia de sus aldeas y padres, para arrojarlas en los cañaverales. En los palenques de cimarrones, ellas llevaron la voz cantante; en el barracón, fueron capaces de
trasmitir también la rebeldía a sus hijos, y cuando amamantaron a los del amo, muchos de ellos, al evocar ya adultos a sus nodrizas, asumieron una posición muy crítica contra la esclavitud.
En el 68, cuando en el oriente del país los cubanos blancos, negros y mulatos eran abrumadora mayoría respecto a los peninsulares, resalta Mariana haciendo jurar de rodillas a familiares y vecinos luchar por la libertad de Cuba o morir en el empeño. Después, con un pañuelo en la cabeza, arengaba a sus compatriotas a marchar al combate y curaba, a riesgo de su vida, en plena balacera, a mambises y enemigos. Es doña Leonor por las calles de La Habana, afrontando las balas de los voluntarios, al rescate de su hijo asediado en la casa de los Mendive. O doña Lucía Íñiguez negándose a creer que el prisionero capturado es su hijo. Un peninsular, tal vez recordando en la intransigencia de ella la de sus abuelas en tiempos de la invasión napoleónica a España, le aclaró que antes de caer prisionero, el general Calixto García había guardado la última bala para sí, pero que inexplicablemente había sobrevivido. La cubana, con lágrimas en los ojos, entonces dijo: “Ese sí es mi hijo”.
La aparente fragilidad de algunas compatriotas llevó al engaño a los colonialistas. A Ana de Quesada un entorchado oficial le propuso que le solicitara a su esposo, Carlos Manuel de Céspedes, que se rindiera. La camagüeyana respondió que solo le escribiría para pedirle que combatiera por la libertad de la Patria hasta las últimas consecuencias. Una coterránea suya, Ana Betancourt, ya había dejado un pasado de seda y olán fino para irse a la manigua con su cónyuge, Ignacio Mora. Y oriente tuvo su Rosa la Bayamesa, como occidente tuvo su Isabel Rubio y Adela Azcuy.
En la república neocolonial, Charito Guillaume y sus pioneritos enfrentaron las bayonetas de Batista con canciones y lemas cuando el entierro de las cenizas de Mella. En la insurrección contra la tiranía batistiana, derrocharon coraje Haydée y Melba en el Moncada, Aida Pelayo y las compañeras del Frente Cívico de Mujeres Martianas, Celia, Vilma, Gloria Cuadras y las mujeres del 26 y el Directorio, las de la Resistencia Cívica, que también afrontaron peligros y algunas perdieron la vida, como las hermanas Giralt. Y Doña Rosario, fiel heredera de Mariana, exclamando ante los cadáveres de sus hijos Josué y Frank: “Dejen el féretro abierto para que puedan ver a su pueblo”.
Las victorias en Girón, las campañas de alfabetización y de salud, la lucha contra bandidos, la Crisis de Octubre, la batalla por la economía, las misiones internacionalistas, no hubieran sido posibles sin el concurso de la mujer. Incluso en uno de los momentos más difíciles de los últimos años, la etapa en que hemos dado en llamar “período especial en tiempos de paz”, la Revolución y la nacionalidad cubana no hubieran podido sobrevivir sin el respaldo de la mujer, que supo mantenerse en sus obligaciones laborales, inventar ante la escasez, sobreponerse a las privaciones, siempre con la más despierta imaginación y una sonrisa en los labios, como herederas del ejemplo de Mariana, siempre presente.
2 comentarios:
La mujer en la historia cubana cuenta con grandes nombres como Mariana Grajales, también en la literatura como mi admirada Dulce Maria Loynaz.
La mujer en la historia cubana cuenta con grandes nombres como Mariana Grajales, también en la literatura como mi admirada Dulce Maria Loynaz.
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