lunes, 26 de marzo de 2018

El corazón no entiende de colores

El apartheid sudafricano cayó por la impronta tanto de sus héroes negros y blancos, en lo que también influyó el apoyo mundial, en el cual Cuba estuvo en la línea de combate.
Por María Victoria Valdés Rodda. - Cuando un grupo humano se cree superior a otro se produce una anómala interpretación de la realidad porque a fin de cuentas todos llegamos a la vida en igualdad de condiciones: pequeños, frágiles y necesitados de cuidados. A pesar de las evidencias científicas de que la humanidad nació de troncos genealógicos asentados en África, todavía hay quien denigra a quien no sea ario “químicamente puro”. Pensemos en el actual presidente de los Estados Unidos, que más racista, imposible.

Si bien es cierto que no estamos clonados en una misma apariencia física ni en un similar grado de discernimiento, no tiene fundamento de ningún tipo atribuirle a alguien
superioridad y liderazgo únicamente por tener una piel blanca. De eso se valieron los esclavistas de todos los tiempos para aprovechar una mano de obra barata con la que enriquecerse. Entonces, por ejemplo, los hacendados del llamado Nuevo Mundo aceptaron como lógica la teoría de la superioridad de razas, vendiendo en el mercado a los africanos igual que se tasa a un animal.

El racismo es un crimen de lesa humanidad, y a esa conclusión llegó la comunidad internacional hace ya más de un siglo, sin embargo, nunca será ocioso volver sobre el tema si tenemos en cuenta las declaraciones xenófobas de Donald Trump o de cualquier partido ultraderechista de Europa. BOHEMIA ha querido recordar uno de los episodios más vergonzosos del siglo XX: el régimen del apartheid de Sudáfrica.

Este 2018 se cumplen 20 años de la inclusión del sistema de segregación racial imperante en esa nación africana del cono sur como un atropello inaceptable. Dentro del Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional (1998), el apartheid es un abusivo sistema institucionalizado de opresión y dominación sistemáticas de un grupo racial sobre otro grupo con la intención de mantener ese régimen. Esta instancia mundial lo llegó a calificar como “pigmentocracia”.

La evaluación sobre este prejuicio racial –uno de los peores que existe– ya había sido analizada en 1973 en el seno de la Organización de Naciones Unidas (ONU), muy especialmente en el convenio internacional para la represión y castigo del crimen de apartheid. Ese tratado no tuvo demasiada resonancia por culpa de los países occidentales, mucho más enfrascados en la guerra fría contra la Unión Soviética.  Además, durante largos años el sistema del apartheid disfrutó de la complicidad de los gobernantes yanquis, puesto que Sudáfrica representaba una fuente de enormes dividendos: los diamantes y el oro produjeron miles de millones de dólares de ganancias para el capitalismo-imperialismo mundial y de algún modo acrecentaron el mito del buen vivir estadounidense. La nación africana sirvió asimismo como un baluarte estratégico de Estados Unidos justo durante su enfrentamiento con la URSS.

No obstante el espaldarazo de la Casa Blanca, el régimen sudafricano fue oficialmente condenado por la comunidad occidental en 1977, sometido a un embargo de armas y material militar. Ya para 1985, el Consejo de Seguridad de la ONU llamó a los Estados miembros a adoptar sanciones económicas, pero con su veto, Estados Unidos bloqueaba activamente toda sanción o acción internacional importante para aislar al régimen sudafricano, especialmente aquellas que obstaculizaran su capacidad de masacrar a los negros dentro de sus fronteras y para invadir y aterrorizar a sus vecinos. Incluso le llegó a aportar científicos y logística para la confección de la bomba nuclear.

Aberración, razón de Estado

Así y todo, los textos de las resoluciones de 1973 y 1998 fueron revolucionarios –en su acepción literal– porque enumeraban un conjunto de actos demostrables en ese sistema represivo: asesinato de miembros del grupo racial, atentados contra la integridad física o mental, torturas, detención arbitraria y prisión ilegal. Y en un claro desenvolvimiento del terrorismo de Estado, la Sudáfrica de Pieter Williem Botha y del Partido Nacional (al frente de la nación desde 1948 a 1994) tomó medidas legislativas que impidieron la participación política, económica, social y cultural de los negros y de otras minorías no blancas. Además, se les denegó los derechos fundamentales como la sindicación, la educación, la libertad de circulación y residencia, opinión, expresión, reunión y asociación.

No contento con esta sarta de violaciones a los derechos humanos fueron levantados guetos en zonas apartadas, de los que solo podían salir con un permiso especial -lo que recuerda, por cierto, lo que hoy en día hace el sionismo contra el pueblo palestino-. Vale recordar que a mediados de 1600 (siglo XVII), con un historial de guerras y matanzas, los colonos blancos robaron casi toda la tierra útil de Sudáfrica, reservando casi el 90 por ciento de esta para sí, mientras que encerraron a los africanos –la gran mayoría de la población– en “bantustanes”, muy similares a campos de concentración en masa.

A los sudafricanos también se les prohibían los matrimonios mixtos so pena de expropiación de sus bienes, trabajos forzados y hasta persecuciones. Y si por casualidad se creaba algún movimiento antiapartheid compuesto por blancos o por la minoría india (13, 6 por ciento de la población), estos debían pagar multas e incluso enfrentar la cárcel. Por ende, el apartheid de Sudáfrica como ideología no concebía la posibilidad de una amistad sincera entre blancos y negros. Pero como la existencia es tan rica en matices, el cariño y la simpatía hacen caso omiso del color de la piel porque lo verdaderamente esencial es cómo somos y no cómo lucimos.

Dos historias conmovedoras

El afrikaans, lengua germánica derivada del neerlandés medio, fue el que inventó el término apartheid que significa apartar, separar. Se introduce oficialmente en la nación austral en 1944, dándoles la espalda a los derechos de los legítimos herederos de esos lares. Empero la separación absoluta fue imposible puesto que los colonizadores –como en todas partes– necesitaron la fuerza de trabajo de los oprimidos, de manera que a los negros les correspondía un cúmulo de tareas, entre estas la agricultura, la limpieza, la estiba o la jardinería.

A este último oficio pertenecía Hamilton Naki, quien, no obstante su baja condición dentro del Groote Schuur Hospital en la Ciudad del Cabo, poseía una destreza natural para diseccionar animales. A pesar de las prohibiciones oficiales, Naki logró gracias a su maestría e inteligencia cautivar al equipo blanco de cardiólogos, liderados por el cirujano Christian Barnard, quien se dedicó a enseñarle el arte de operar y manejar adecuadamente un bisturí. Barnard sabía que se enfrentaba a enormes represalias, sin embargo, el sentido común se impuso y entonces aconteció lo  inimaginable:

Naki fue en 1967, el ayudante principal en el primer trasplante de corazón exitoso en el mundo. El 3 de diciembre del pasado año se cumplieron cinco décadas de ese increíble acontecimiento de la medicina. Esta experiencia solo duraría 21 días, porque Washkansky, el paciente, era un corpulento hombre blanco diabético que se complicó con una neumonía, pues su aparato inmune estaba deprimido. De cualquier manera la gloria nadie pudo quitársela a Naki y a Barnard.  Ni tan siquiera el apartheid.

Al hacer la búsqueda de datos sobre el racismo en Sudáfrica aparecen 12 mil referencias sobre esta anécdota aleccionadora, refrendada por fuentes tales como el blog www.historiaybiografias.com y su semblanza “Dr. Hamilton Naki. Doctor Clandestino”. También el rotativo español El País hizo alusión al tema el 11 de junio de 2005 bajo el título “El héroe clandestino”, al lamentar el fallecimiento de Naki, a quien calificó como “un jardinero en el equipo de Barnard”. Ese mismo día, el The New York Times en su página de obituarios titula “Cirujano autodidacta, muere” y seguidamente hace una breve reseña de sus logros posteriores, en tiempos de Nelson Mandela.

Las ordenanzas absurdas e injustas suelen obviarse y pasarse por alto. Supuestamente, Naki no podía operar pacientes ni tocar sangre de blancos, pero debido al talento natural y a su pericia, este hombre genial se transformó en un cirujano tras bambalinas.  Además, dio clases a los estudiantes blancos durante 40 años y aunque se le pagaba como técnico de laboratorio, el máximo que el hospital podía pagarle a un negro, Hamilton fue relativamente feliz siendo útil. Luego de demolido el apartheid ganó una condecoración al mérito y se le reconoció con un diploma de Doctor Honoris Causa.

Existe otro relato de valentía en cuanto a la superación de prejuicios raciales que tiene también otra vez como protagonista al cardiocirujano Christian Barnard, cuyo hermano menor era un activo luchador en contra del racismo. El californiano diario Madera Tribune, en su edición 162, del 2 de enero de 1968, hace referencia al segundo trasplante de corazón exitoso, lo cual constituía sin duda una novedad, pero lo que realmente perturbó al mundo fue que el donante era un mulato. Internet nos remite a 110 mil resultados cuando se teclea el nombre de la persona que hizo posible la sobrevida de un sudafricano blanco: Clive Haupt

Este joven de 25 años murió en la playa, en la sección para negros, mientras compartía la luna de miel con su esposa Dorothy. Tuvo un derrame cerebral pero su corazón latía bien fuerte, y al ser llevado al Groote Schuur Hospital, Barnard no lo pensó ni un segundo pero por poco termina en la cárcel. Como señalara a la prensa después, el asunto era de vida o muerte ya que su paciente, el dentista blanco Philip Blaiberg estaba al borde de un desenlace fatal. Así que eso que algunos llaman destino, le permitió una nueva oportunidad. Vivió por más de un año gracias al órgano de Clive, donado por su viuda, la que no se detuvo a pensar en el color de la piel aun con el dolor de sufrir el racismo todos los días.

Dos amigos

Mucho se ha hablado de la tolerancia asumida por Nelson Mandela en relación con sus captores y al resto de la dirigencia racista que lo mantuvo prisionero de 1963 a 1990. Poco se ha dicho en cambio que su actitud reconciliatoria tuvo como objetivo poner fin a la violencia civil y a la estrategia de fundamentar una nueva Carta Magna que le diera a su pueblo todos los derechos humanos usurpados. Mandela, como pocos en el mundo, entendió que el racismo de su nación estaba sustentado en el terrorismo de Estado.

Fidel también era de ese criterio por eso no dudó en educar al cubano en el internacionalismo. Como bien nos lo recuerda el politólogo Piero Gleijeses hay muchos factores que llevaron a la desaparición del apartheid: “El gobierno blanco sudafricano fue derrotado no solo por el poder de Mandela, el valor del pueblo de Sudáfrica, o de la capacidad del movimiento mundial para imponer sanciones. También fue derribado por la derrota del Ejército de Sudáfrica en Angola. […] fueron las tropas cubanas las que humillaron al Ejército sudafricano. Entre los años 1970 y 1980, Cuba cambió el curso de la historia en el sur de África a pesar de los esfuerzos de Estados Unidos para evitarlo”.

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